Una experiencia inigualable en donde cada bocado era mejor que el anterior, donde experimentar con sabores y texturas era la magia de cada pedacito de cielo que me llevaba a la boca.
¡Si!, un pedacito de cielo... Así es como puedo llamar la comida que me preparo mi buen amigo.
Especialidades de familia, platos sencillos y platos internacionales por así decirlo, acompañados de un buen vino.
Los ingredientes eran los mas frescos y tradicionales, nada que no se pudiera conseguir en el mercado cerca a nuestras casas, y con preparaciones muy sencillas y fáciles, pero con un resultado final que no tiene nada que envidiara los chefs internacionales.
Yo simplemente puedo decir que disfruté cada sabor, cada textura, cada aroma, cada mezcla y que no me senté solo a comer, sino, que me senté con mi mejor amigo a disfrutar cada bocado, que desde el plato partían directamente a mi boca.
En si debo decir que fue una experiencia de no olvidar, en la que no solo comí, sino que, aprendí a comer, a cocinar, a disfrutar y sobre todo a apreciar la dicha y la fortuna de tener el cielo en mi boca.
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